La Prensa Católica y la Jerarquía
Publicamos nuestra intervención en el Congreso por la Vida y la Familia porque al ponernos a escribir sobre la parálisis de los obispos argentinos frente al caso del aborto permitido por la Suprema Corte de la Provincia de Buenos Aires nos dimos cuenta que lo que podíamos decir, incluso antes de conocido este espantoso fallo, ya lo habíamos dicho.
Escribe Marcelo González
Publicamos nuestra intervención en el Congreso por la Vida y la Familia porque al ponernos a escribir sobre la parálisis de los obispos argentinos frente al caso del aborto permitido por la Suprema Corte de la Provincia de Buenos Aires nos dimos cuenta que lo que podíamos decir, incluso antes de conocido este espantoso fallo, ya lo habíamos dicho.
Escribe Marcelo González
El Dr. Vieira nos dejaba como broche de cierre de su exposición del viernes la siguiente conclusión: hay tres acciones indispensables para el trabajo provida: informar, informar y finalmente, seguir informando. Es un modo sintético y simpático de formular la importancia que tiene la información para los cuadros dirigentes y para el público en general a la hora de hacer frente a los desafíos de la cultura de la muerte. Y es una invitación que compromete a los medios en particular a hacer la tarea que les es específica, aquello que les da sentido y razón de ser. Es decir, informar.
Los medios, cualquier medio, más allá de su orientación ideológica o de sus intereses políticos y comerciales legítimos tienen el grave compromiso moral de informar la verdad. Como dijo recientemente el Arzobispo de La Plata, Mons. Héctor Aguer en ocasión del día del periodista «El fundamento de una auténtica comunicación está en el respeto de la verdad.» (Prog. Claves para un Mundo Mejor, 4 de junio). Este respeto de la verdad se pone en práctica en una disposición de apertura sincera a la búsqueda de la verdad, que no siempre produce «la Verdad» como resultado, pero que hace del comunicador un hombre recto, materia prima dispuesta a recibir la Verdad, que es un bien arduo.
¿Por qué la verdad es un bien arduo? Es un bien porque supone un esfuerzo. En general nuestras facultades y disposiciones congnoscitivas y volitivas están oscurecidas y debilitadas por el pecado original. Sobre esto nos enseña Santo Tomás, en su bella oración para antes del estudio, que hemos de pedir a Dios, antes de iniciar un trabajo de búsqueda de la Verdad como es el estudio o en nuestro caso la investigación periodística, nos libre de las dos tinieblas que oscurecen nuestra mente: el pecado y la ignorancia.
Pero además, siendo la información en cierto modo un juicio sobre hechos contingentes, resulta el producto de un trabajo de reconstrucción, que se sustenta muchas veces en apreciaciones subjetivas, testimonios parciales y observaciones desde ángulos diversos, no siempre se puede decir enteramente «la Verdad» sino más bien abordarla desde una diversidad de enfoques. El resto lo hace Dios, operando sobre el esfuerzo humano y aún así nos quedaremos siempre cortos. El gran día del periodista, el día en que sabremos toda la verdad sobre todos, empezando por nosotros mismos, es gran día es el día de Juicio Final.
Mientras tanto tenemos que manifestar ese respeto por la verdad
1) No mintiendo.
2) Trabajando arduamente para encontrarla allí donde sea necesario irla a buscar.
3) No callándola por intereses ideológicos, económicos, falsas obediencias o respetos humanos.
4) Manteniendo la disposición a rever los juicios y a rectificar los errores. Sin temor al desprestigio. Estoy convencido de que nada prestigia más a un informador, analista, editor de actualidad, etc. que la capacidad para ver sus limitaciones y corregir públicamente sus errores públicos.
Pero siendo responsable de un medio católico independiente no puedo dejar de describir la particularmente difícil situación en que nos encontramos los comunicadores que hacemos de nuestra profesión una forma de apostolado.
La hostilidad del mundo a las verdades de la Fe y las prácticas morales que en ella se fundan viene de lejos. Nuestro Señor nos lo ha profetizado: No es el discípulo mayor que su Maestro. Si el Mundo me ha odiado a mi también os odiará a vosotros. La apologética católica viene luchando contra los errores doctrinarios y morales, podríamos decir, casi desde la Ascención misma de Nuestro Señor al Cielo. El Evangelio de San Juan fue escrito para mucho más que esto pero también para esto, a saber: contener la influencia del gnosticismo dentro de algunas comunidades cristianas, como ha demostrado la crítica y surge de su maravilloso proemio.
Luego la historia de la Iglesia está jalonada de una miríada de apologistas, padres de la Iglesia, Doctores… más tarde, con la difusión de la escritura y de los medios de prensa se baja al combate cuerpo a cuerpo; con la reforma protestante, la difusión del liberalismo, las revoluciones masónicas, la necesidad de oponer medios de comunicación católicos a los medios heterodoxos se vuelve cada vez más acuciante. Santos modernos nos dan el ejemplo. San Juan Bosco, patrono de los editores católicos fue un gran apologista por medio de sus publicaciones periódicas. Más modernamente, San Maximilano Kolbe con su casi milagrosa obra de difusión de la doctrina católica por la prensa.
Y si nos remitimos al magisterio pontificio: desde fines del siglo XIX ya se veía esta necesidad.
En su momento, el Papa Pío XI definía así la buena prensa: «Por buena prensa entendemos aquella que no solamente no contiene nada que sea contrario a los principios de la fe y a las reglas de la moral, sino que se hace propagadora de tales principios y reglas». Y agregaba: «No hay para qué demostrar cuál y cuánta sea la eficacia educativa de semejante prensa, porque bien demostrado queda por la experiencia de cada día; como se demuestra, por otra parte, el inmenso mal que va sembrando, especialmente entre la juventud, la Prensa mala, frecuentemente más difundida que la buena, verificándose en esto la palabra de Cristo: Los hijos de este siglo son en sus negocios más sagaces que los hijos de la luz. Por tanto, es necesario a todo trance oponer a la prensa mala la prensa buena, aplicando también aquí el antiguo principio: contraria contrariis curantur (lo contrario se cura con lo contrario).»
Y termina el Sumo Pontífice formulando el deseo de que se multipliquen los esfuerzos para apoyar a la prensa católica «como la necesidad exige» y en especial deben las familias cristianas ayudar al sostenimiento del «diario que se hace eco de las enseñanzas y de la Iglesia, convirtiéndose en un precioso auxiliar de ésta. A tal fin, en vista de los grandes medios que exige hoy un diario bien redactado, y tal que pueda sustituir a la poderosa prensa contraria. Nos juzgamos oportuno que aun en el campo de la prensa proceda viribus unitis, es decir, que se concentren los esfuerzos generosos de todos los fieles en torno a las iniciativas de utilidad general, sacrificando, cuando sea necesario, los intereses particulares y regionales a los generales, y haciendo todos aquellos sacrificios que una materia tan grave pide». (Carta Ex Officiosis Letteris, de S.S. Pío XI).
Ya León XIII había invitado a los fieles a «oponer escrito a escrito» a fin de emplear remedios adecuados para la gravedad del mal que significan los malos libros y revistas. ¡Qué no diría hoy, cuando los medios de comunicación se han mutiplicado en variedad, eficacia y poder letal de un modo que el Papa León quizás no hubiese podido imaginar nunca.
Pero fundamentalmente, en esta materia es indispensable recordar la frase lapidaria de San Pío X, cuando con su habitual clarividencia nos advertía: «¡Oh, la prensa! No se comprende todavía su importancia. Ni los fieles, ni el clero se sacrifican por ella como sería necesario. En vano construiréis iglesias, predicaréis misiones y edificaréis escuelas; todas vuestras obras, todos vuestros esfuerzos quedarán destruidos si no sabéis manejar al mismo tiempo el arma ofensiva y defensiva de una prensa católica, leal y sincera. Vale más un buen periódico, decía S.S. Pío IX, que media docena de predicadores. Pero como esta obra de la buena prensa no puede llevarse a cabo sin la cooperación activa y la ayuda de los buenos, Nos manifestamos la esperanza… de que todos sin excepción y con gran generosidad, proporcionada a los medios de cada uno, contribuirán a la perfección de una obra eficaz y saludable entre todas».
Una vez establecida la función y la importancia de la prensa y de la prensa católica en particular, debemos reflexionar sobre una dificultad en particular en las últimas décadas. A saber, el replanteo pastoral producido en la década del ’60 y sus consecuencias, deseadas y no deseadas (lo que llamaríamos «daños colaterales») sobre la feligresía católica. En particular, la introducción y popularización del hábito del cambio y la novedad.
Hasta fines de los años ’50 la palabra «novedad» tenía, para el Magisterio, un sentido peyorativo. Era lo opuesto a la doctrina establecida, a la verdad definida y fundada en la Tradición. La novedad era algo cuanto menos peligroso y resultaba necesario evitarla a toda costa. Lean Uds. Pascendi, Humani Generis, Syllabus, etc.
Cuando se produce esta «novedad» que es un Concilio Ecuménico «pastoral» y luego cambios litúrgicos, esas novedades permanentes, aparece una especie de enfermedad espiritual desconocida hasta ese momento, al menos de un modo generalizado, en el seno de la Iglesia. Esta enfermedad consiste en la aceptación masiva por parte del clero y de la feligresía de que todo se puede cambiar. Y por lo tanto no tiene sentido confrontar con nadie ni con nada, ni por nada. Se pierde el sentido de la militancia porque ya no hay nada por lo que militar. Todo se convierte en convivir, confraternizar, experimentar, «dialogar».
Si se ha cambiado el lenguaje, se ha cambiado la liturgia, se ha cambiado la disciplina, se han cambiado… en fin tantas cosas, la inercia de las cosas nos lleva bajar severamente el nivel de alerta también frente a los cambios morales y a las novedades que día a día se presentan como desafíos en el terreno de la bioética. ¿Por qué no cambiar la moral? ¿Por qué no aceptar el aborto, la contracepción, la homosexualidad elevada a nivel de matrimonio, la clonación, la eutanasia. etc?
Naturalmente no es objeto de esta charla analizar los motivos de este cambio de estrategia pastoral ni mucho menos juzgar las intenciones, que presumimos excelentes, sino describir el hecho y sus consecuencias. Y esto no es irrelevante a nuestro propósito. Todo lo contrario. Porque uno de los mayores obstáculos para que los fieles apoyen la prensa católica que «leal y sinceramente» -como decía San Pío X- sostiene las verdades de la Fe y la moral es la indiferencia de la feligresía católica (y de buena parte de la jerarquía, debemos aceptarlo porque es evidente) ante los problemas que esta prensa plantea. Indiferencia ante lo que nosotros creemos la tarea más urgente, la más necesaria. Indiferencia que, fastidiada por nuestra tenacidad, por momentos se vuelve agresión.
Indiferencia que es hoy masiva, haciendo la salvedad de un sector creciente de personas quienes día a día ven con mayor claridad los problemas contingentes y atisban «el» problema que está en la raíz de los demás. Es decir, advierten que la clave de esta indiferencia es la pérdida del sentido del dogma, lo que quita a la prensa católica su principal recurso apologético. Cuando los lectores u oyentes piensan en términos de «mi verdad» y «tu verdad» se acabó la argumentación. Cuando la autoridad del obispo o del presbitero relativiza lo que nosotros preconizamos por lealtad al Magisterio, el trabajo de difusión de la verdad tanto en defensa de la Vida y de la Familia como de cualquiera de las verdades del orden natural y del sobrenatural quedan en inferioridad de condiciones. Por eso los esfuerzos apologéticos en todos los campos, y también en el de la defensa de la vida y la familia deben ser más creativos, más persistentes y adaptarse a las audiencias elusivas de hoy.
Pero se ven los resultados. Hablábamos de la existencia de un un sector creciente de personas que, día a día van viendo con mayor claridad los problemas contingentes y atisban «el» problema que está en la raíz de los demás. En parte por la acción de la buena prensa que subsiste hoy pese a todo. Y aquí incluyo todas las iniciativas que se realizan para la defensa de la moral natural y católica, el esclarecimiento sobre los peligros que las acechan, etc., muchos de cuyos representantes están aquí hoy.
Pero debemos insistir en la necesidad de que toda la jerarquía de la Iglesia apoye estas iniciativas. Y las apoye también leal y sinceramente. Porque es evidente que hay muchos que están distraidos. O navegan en la ambigíedad. O bien se sienten fastidiados. O tienen reflejos elefantiásicos. O una desesperante mudez ante los hechos. Ayer por la tarde (18 de junio) más de un millón de personas se reunió en Madrid para manifestarse contra esa aberración del «matrimonio» de homosexuales. Fue el mérito de un excelente trabajo de los laicos, pero hubo en esa marcha 17 obispos. Si la jerarquía apoya, la feligresía responde. El problema, el problema de raíz es trágicamente simple: la jerarquía no cumple con su función, porque no puede, porque teme o porque no quiere.
Por eso, y para concluir, debemos ser concientes de que a las dificultades que nos plantea el mundo hemos de agregar las que nos plantea la situación eclesial actual y -sin escandalizarnos por ello- ser agentes de clarificación y poner toda nuestra capacidad persuasiva para que tanto sacerdotes y obispos como cuadros católicos y fieles se unan de un modo militante y generoso a la lucha provida y apoyen la prensa provida, que hoy por hoy es lo que va quedando de la «buena prensa».

