Panorama Católico

Los males de la familia y la esperanza en Dios

Con frecuencia nos lamentamos de los males que aquejan a nuestras familias, tanto en el orden material como espiritual. Y de los peligros que hoy y en el futuro se ciernen sobre nuestros hijos. Sin duda, en estas quejas no está presente la cabal comprensión de un principio fundamental para orientar la vida de todo católico: Todo lo que Dios permite nos ocurra es para nuestro bien, aunque no seamos capaces de comprender ahora, y tal vez nunca en esta vida cuál ha sido ese bien. De esta queja y cuál es la respuesta católica nos alecciona San Agustín en este breve capítulo de La Ciudad de Dios.

Con frecuencia nos lamentamos de los males que aquejan a nuestras familias, tanto en el orden material como espiritual. Y de los peligros que hoy y en el futuro se ciernen sobre nuestros hijos. Sin duda, en estas quejas no está presente la cabal comprensión de un principio fundamental para orientar la vida de todo católico: Todo lo que Dios permite nos ocurra es para nuestro bien, aunque no seamos capaces de comprender ahora, y tal vez nunca en esta vida cuál ha sido ese bien. De esta queja y cuál es la respuesta católica nos alecciona San Agustín en este breve capítulo de La Ciudad de Dios.

Respuesta de la familia cristiana a los infieles cuando éstos 
le echan en cara que Cristo no los libró del furor de los enemigos

Ya tiene, pues, la familia entera del sumo y verdadero Dios su propio consuelo, y un consuelo no falaz ni fundamentado en la esperanza de bienes tambaleantes o pasajeros. Ya no tiene en absoluto por qué estar pesarosa ni siquiera de la misma vida temporal, puesto que en ella aprende a conseguir la eterna, y, como peregrina que es, hace uso, pero no cae en la trampa, de los bienes terrenos; y en cuanto a los males, o es en ellos puesta a prueba o es por ellos corregida. Y los paganos, que, con ocasión de sobrevivir tal vez a algunos infortunios temporales, insultan su honor, gritándoles: ¿Dónde está tu Dios?, que digan ellos dónde están sus dioses, puesto que están padeciendo precisamente aquellas calamidades contra las que, para evitarlas, les tributan culto o pretenden que hay que tributárselo.

He aquí la respuesta de la familia cristiana: mi Dios está presente en todas partes; en todas partes está todo Él; no está encerrado en ningún lugar: puede hallarse cerca sin que lo sepamos y puede ausentarse sin movimiento alguno. Cuando me azota con la adversidad, está sometiendo a prueba mis méritos o castigando mis pecados. Yo sé que me tiene reservada una recompensa eterna por haber tolerado religiosamente las desgracias temporales. Pero vosotros, ¿quiénes sois para merecer que se hable con vosotros ni siquiera de vuestros dioses, cuánto menos de mi Dios, que es más temible que todos los dioses, pues los dioses de los gentiles son demonios, mientras que el Señor ha hecho el cielo?

La Ciudad de Dios, Libro I, Cap. XXIX

Comentario Inevitable: Sin duda no basta reconocer la doctrina, lo que ya es bueno, sino hacerla carne y tomar conductas radicales para protegerla de los males. La garantía de que esos esfuerzos serán gratos a Dios y sostenidos por él está tan firme como cualquier verdad de Fe.

Aunque no es el tema de esta nota, sin embargo sorprende advertir qué poco dialoguista y ecuménico es San Agustín, Doctor de la Iglesia.

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